Leo en una revista, que se supone defiende en cierta medida los intereses de los consumidores, que los autobuses de Bilbao han mejorado respecto al último estudio que se hizo hace unos años. Me quedo un poco perplejo porque quien hace el estudio no puede ser una de estas dos cosas: ni un minusválido ni una persona mayor. En todo caso será una persona normal con bastante agilidad y deportista, porque de otra manera no puede ser que se considere que toda la infraestructura que rodea al bus en Bilbao, sea aceptable, y menos aún, notable.
Me da la impresión de que estos estudios los hace gente que habitualmente no usa este medio de transporte, sino que son contratados para hacerlo en un determinado tiempo y para un estudio concreto. El que anda todos los días en los buses ve muchas cosas que no pueden observar quienes sólo van a trabajar un rato en ellos, y luego rellenan un formulario tipo test donde no se puede expresar con frases alternativas otras cuestiones relativas a la calidad de este transporte.
Los primeros que deberían opinar son los propios conductores porque son parte imprescindible del proceso, pero por la lectura del informe, da la impresión de que más que contar con su opinión, parece que se les ha espiado a ver si lo hacían bien o mal. Esa gente sabe mucho del tipo de personas que se montan en sus buses todos los días: cómo reaccionan ante una tarjeta mal metida, porque hay muchas reacciones distintas ante el fallo tonto, dependiendo de si es un persona joven o mayor, por ejemplo; quiénes entorpecen el paso de los demás discutiendo si la tarjeta vale o no vale; quiénes les vuelven locos preguntado si su vehículo va a un barrio o a otro sin siquiera molestarse en haber mirado el panel informativo que hay en cada parada; quién tiene la tarjeta preparada o la saca del fondo recóndito de un bolso o cartera mientras los demás están detrás esperando bajo la lluvia; quiénes manchan el autobús apoyando sus zapatillones en el asiento de enfrente y lo deja todo pringado de restos de chuches guarrindongas, mientras van jugando con el móvil; y por supuesto no podían faltar los que van hablando a todas horas por el puñetero móvil como si su vida dependiera del dichoso parato, cuando no van diciendo más que chorradas que no van a ninguna parte.
Los primeros que deberían opinar son los propios conductores porque son parte imprescindible del proceso, pero por la lectura del informe, da la impresión de que más que contar con su opinión, parece que se les ha espiado a ver si lo hacían bien o mal. Esa gente sabe mucho del tipo de personas que se montan en sus buses todos los días: cómo reaccionan ante una tarjeta mal metida, porque hay muchas reacciones distintas ante el fallo tonto, dependiendo de si es un persona joven o mayor, por ejemplo; quiénes entorpecen el paso de los demás discutiendo si la tarjeta vale o no vale; quiénes les vuelven locos preguntado si su vehículo va a un barrio o a otro sin siquiera molestarse en haber mirado el panel informativo que hay en cada parada; quién tiene la tarjeta preparada o la saca del fondo recóndito de un bolso o cartera mientras los demás están detrás esperando bajo la lluvia; quiénes manchan el autobús apoyando sus zapatillones en el asiento de enfrente y lo deja todo pringado de restos de chuches guarrindongas, mientras van jugando con el móvil; y por supuesto no podían faltar los que van hablando a todas horas por el puñetero móvil como si su vida dependiera del dichoso parato, cuando no van diciendo más que chorradas que no van a ninguna parte.
Sí; es verdad, todo esto no tienen que ver con los criterios de calidad del transporte. Son cuestiones ajenas a la calidad del transporte, pero lo cierto es que se podría escribir una tesis con las costumbres y manías de la gente que sube en los buses urbanos. Conozo a un personaje que no sube en los números que van al hospital, especialmete por la mañana, porque dice que la gente todavía va mal curada a las consultas, y contagian a los demás. No sé, puede que tenga razón, y según él ya no va en esos buses aunque tenga que ir andando o en otra línea.
Los autobuseros también tiene sus preferencias. No es lo mismo conducir un trasto viejo que uno recién salido de la fábrica, aunque los hay que echan de menos algunos modelos que respondían mejor que los nuevos. Los que son insufribles y ni los ancianos ni las madres de niño en carrito pueder soportar son los pocos que quedan con dos escalones y barra en medio para subir o bajar de ellos. He llegado a ver a madres esperar al siguiente, de plataforma baja y graduable antes que montar en uno de escalones. En alguna ocasión la cabezonería de alguna de ellas ha estado a punto de generar un accidente cuando ha elevado por encima de la barra el carrito hasta casi caer el niño, por la inclinación del carro. No; es mejor dejarlo para el siguiente porque éste es mortal de necesidad. Hay pocos buses de estos, pero aún queda alguno que se usa de comodín cuando otro está averiado.
Los nuevos también tienen sus pegas, aunque no para subirse a ellos con el carrito del niño, sino para luego circular por su interior hasta acomodarse. Muy estrechos. Esa es la definición concreta, así que ya directamente se van a la parte de atrás y montan, dejan al niño sujeto como pueden o a cargo de algún viajero generoso que se lo mantenga, y a picar la txartela. Muy efectivo para una madre que vaya sola, si señor, muy cómodo y muy europeo. Los más nuevos tienen todo tipo de jorobas en su interior. A veces da la impresión de que destinan más espacio a los mecanismos del bus que a la gente que tiene que llevar. Que si el depósito de gasoil va en el centro; que si el cuadro de mandos, que ocupa casi como un wc de un bus intercontinental, está en la parte de atrás..... Al final, los asientos de encima de la rueda, que tanto molestaban hace 20 años a los viajeros, ahora son los asientos más cómodos. No, si el que no se consuela es porque no quiere.
La gente mayor también tiene sus tics buseros. Hay de todo entre esta marabunta de personas que por ser mayores se creen que tiene derecho a todo, como por ejemplo llegar los últimos a la parada y entrar los primeros, aunque sea a base de codazos y empujones. Una vez dentro, los primeros por supuesto, se regodean eligiendo el sitio que más les gusta, que por lo general no suele ser el destinado a ellos, es decir, esos cuatro que hay cerca de la entrada para que no tengan que recorrer más distancia que la justa hasta sentarse, sino cualquier otro, y cuanto más retorcido para luego salir molestando a todo hijo de vecino mejor.
Los sitios reservados para lo mayores, las embarazadas y gente impedida por alguna lesión. Qué claro está puesto en las pegatinas y que escasísimo o nulo caso se hace de ello. Prácticamente nadie lo respeta. Es como si esos cartelitos no existieran para la mayoría de la gente. ¿Habrán tomado nota los inspectores del estudio ese sobre la calidad del servicio de los autobues, o eso tampoco entrará dentro del término "calidad"? Pues que sepan que se respeta poco, incluso por la propia gente afectada, muchos de los cuales no se ponen mirando para atrás porque se marean, y llegan a ir de pie sólo para bajarse dos o tres paradas más adelante, aún a riesgo de acabar crucificados en el suelo cuando arranca el moderno autobús, que eso sí, tiene un reprís que ya quisieran para sí muchos coches de los años 80, por ejemplo.
Algunos modelos, casi la mayoría de los modernos, son auténticos retos para los mayores. Los asientos traseros son montañas que deben escalar antes de poder llegar a sentarse, y un suplicio cuando se tienen que bajar de ellos. Una vez acomodados en ellos no hay problema, pero hay que empezar a pensar cómo y cuándo deben comenzar a bajarse, que suele ser alguna parada antes de la suya, no vaya a ser que no le dé tiempo a hacer la maniobra completa y no pueda llegar a la puerta. Es complicado. Digan lo que digan, estos buses no están diseñados para la gente mayor.
Los minusválidos son otro apartado dentro de este mundo rodante. Las plataformas. Las famosas plataformas. Habría que hacer un inventario de cuántas funcionan, porque si hubiera que usarlas todos los días a todas las horas, habría que paralizar la mitad de los autobuses que las incorporan, si no más. Es tal el desbarajuste que los conductores cuando pueden no paran en la marquesina, que esa es otra, la accesibilidad de las marquesinas, sino en el bordillo fuera de ellas. En algunas paradas aproximar un vehículo de esas dimensiones es un suplicio, así que optan por andar unos metros más adelante y hacer una de dos cosas: o bajan el vehículo hasta la altura del bordillo para que la silla de ruedas apenas note el desnivel entre ambos, o sacan la famosa, lenta e insegura plataforma. Porque es una lotería pulsar el botón que extrae la rampita de marras. No se sabe si saldrá o no; si se quedará fija o se volverá a meter, o si por fin sale y se queda quieta, la inseguridad de no saber si luego volverá a entrar, o habrá que tirar de esa fina manivela que apenas puede mover la dura y pesada plataforma de las narices. Con lo fácil que lo hace el aire comprimido, qué dificil y duro es meterla a mano. Por eso, algunos optan por la mejor alternativa para todos los usuarios y trabajadores del autobús: pegarlo a la acera y ajustar la altura al bordillo. Se ahorra tiempo y una buena sudada, además de algún nudillo raspado contra el asfalto.
En los últimos tiempos las mujeres conductoras han hecho aparición en los buses urbanos. Recuerdo hace 20 ó 25 años, cuando la famosa rubia empezó a conducir autobuses urbanos, y las críticas machistas estaban a la orden del día. Por suerte las cosas han cambiado, y ahora las mujeres conducen exactamente igual que los hombres estos modernos cacharros que nada tienen que ver con los que condujo su predecesora hace tantos años. Sólo de pensar en los azulitos; en sus largas palancas de cambio o en el ruido que hacían dentro del propio vehículo se me pone la carne de gallina, aunque también es verdad que no había otra cosa para acceder a los barrios estrechos. Quiero imaginar que a esta mujer sus actuales y jóvenes compañeras la tendrán como un hito en la historia de la conducción urbana de Bilbao, suponiendo que la juventud de ahora tenga alguna noción de lo que ello significó en su momento. Al día de hoy he visto cómo una señora mayor felicitaba a una conductora joven diciéndola que conducía muy bien, todo ello con una amplia sonrisa. La conductora se lo agradeció con palabras y otra sonrisa aunque un poco incrédula ante tal cumplido. Bueno, lo cierto es que la señora lo hizo con toda su buena intención, o así me lo pareció a mi.
Las paradas son otro mundo. Parece que una cosa tan sencilla como el transporte urbano está compuesta por diversos mundos unidos entre ellos por los propios buses, y si nos ponemos a pensar en ello, así es. Destacan en Bilbao diversos tipos de paradas, cada una de ellas con sus propias peculiaridades, y con elementos comunes entre ellas. Algunas son sólo lugares de las aceras con un señal de parada y poco más. Si llueve o hace frío es imposible protegerse y hay que aguantar como sea, y Bilbao tiene fama de ser lluviosa, aunque también es verdad, cada vez, menos. Una buena parte de ellas obstaculiza por uno u otro lado el paso de las sillas de inválidos, aún habiendo sitio para poder ponerlas más atrás. Poca gente municipal se preocupa por estas cosas; por estos pequeños detalles que podrían hacer ligeramente más sencilla a una gente de vida complicada, e incluso a la gente normal, de a pie. Es la falta del detalle lo que demuestra que no hay quien se preocupe de mejorar los accesos a esas marquesinas porque tanto ellas como el diferente mobiliario urbano, son una carrera de obstáculos para todos.
Es triste que la publicidad también tenga preferencia sobre la accesibiidad, pero lo cierto es que la mayor parte de los paneles publicitarios de estas paradas, están apoyados en una pata delantera que apenas deja sitio entre ella y el bordillo. Por lo tanto, el que quiera pasar por ahí que se baje a la calzada o que dé la vuelta. Pero hay amigo, en el otro lado está la inseparable papelera que nadie usa porque los bonobuses campean por todos los lados menos en la papelera de turno. Así que a rodear la papelera, y quizás también la enorme y preciosa jardinera que han puesto a continuación. Es curioso; para eso sí hay sitio, pero para poner medio metro más atrás la marquesina y hacerla accesible por cualquiera de sus lados, por lo general no. En algunos casos no es posible por falta de espacio, pero en otros es perfectamente factible. Lo único que hace falta es tener un poco de detalle en estas cosas y pensar en todos y todas, y no sólo en la media. Contentar a la media es fácil, pero para tratar de hacerlo bien para todo el espectro social, hace falta ser un poco detallista y contar con la opinión de todos y todas, y no sólo de una parte a quien se va a dirigir el servicio. Y no sólo pasa con los autobuses, porque es el pan nuestro de cada día en la mayor parte de los servicios de carácter público, como quedará demostrado a lo largo de próximos episodios de este blog.