viernes, 30 de noviembre de 2007

Prohibido fumar en este establecimiento.

Me habían dicho que en Bilbao había algún que otro bar, que no degustación o pastelería, en el que está explícitamente prohibido fumar. Yo no me lo creía porque en eso me fijo mucho y hasta ahora no había visto ni uno solo de ellos donde rezara el cartelito a la entrada, pero como me habían comentado dónde está uno de ellos, aproveché que había quedado con un conocido para comentar algunas cosillas en el supuesto bar de no fumadores. Y es cierto; me quedé anonadado pero es verdad que lo hay. Y allí estuvimos conversando sin humo y disfrutando de un café sin el hilillo tocapelotas pasándote por la nariz mientras saboreas el adictivo pero sabroso vicio.

Mi colega, que me ve entusiasmado en este pequeño bar de barrio, me dice que hay otros tres, pertenecientes a una misma cadena, en los que también está prohibido fumar y que están en el Casco Viejo. Tampoco me lo puedo creer. ¿Hay alguien tan loco como para ir a contracorriente del 99,9% del resto de hosteleros? Y en ese momento decido buscar un hueco para comprobarlo durante la misma semana. Y también es cierto lo que me decía mi colega. Tres establecimientos de no muy lejana apertura hostelera rezan en sus entradas sendos carteles de prohibido fumar en su interior, correspondiendo la imagen que encabeza esta entrada de bitácora (no me gusta lo de blog y lo uso lo menos posible) a uno de ellos.

No entro a los más grandes, sino al más pequeño de los tres a tomar un café. Dentro consta, en al menos tres lugares, que está prohibido fumar en su interior. Sentado en una esquina tomo nota de algunos detalles en una servilleta. No hay ruido excesivo porque la gente habla en un tono normal y relajado. Nadie grita para ser escuchado porque se le oye bien. En resumen, no hay efecto oilokiegi (gallinero), como le gusta decir a cierto personaje político-técnico-televisivo, muy mordaz él en sus apreciaciones politicas. Sólo alguna esporádica petición de la barra a la cocina, altera ligeramente la media sonora del local, y son las ocho de la tarde, hora bastante significativa, creo yo.

Entra gente con niños pequeños en su cochecito. Me sonrio porque he visto tantos niños recién nacidos en sus coches
acompañando a sus padres en lugares totalmente contaminados de humo de tabaco, que cuando veo éstos de ahora en un lugar en el que pueden acompañar a sus abuelos o aitas sin peligro de comenzar a ser adictos al tabaco desde recién nacidos, y pudiendo además éstos tomarse unos pintxos o algo para beber, tranquilos por ese asunto, todo esto me parece de cuento de hadas.

Entra más gente con algún que otro niño pero el volumen de la conversación sólo se eleva un poco, algo lógico si aumenta la afluencia de público. Un cartel curioso, escrito en una pizarra con muy buena letra, e incluso con una falta de ortografía (cambien es con m antes de b) totalmente perdonable, advierte de que no se lleven la vajilla del establecimiento porque les sale por un pico la broma y además si les gusta a los clientes, están dispuestos a vendérsela a precio de coste. Me parece muy buena idea. Sólo faltaba que además de ser de los pocos que van a contracorriente y a favor de una minoría antitabaco, les roben la vajilla. Una medalla es lo que les tenían que dar. Una mención en la guía Mitxelín o en alguna de esas revistas o publicaciones que suenan a que algo está muy bien.

Tengo que marcharme pero después de tomar notas por aquí y por allá, me doy cuenta también por qué estoy tranquilo en el rincón cuando echo un vistazo a las esquinas del local. Quizás algún lector o lectora ya se lo haya imaginado. Lo cierto es que no hay ni una, ni dos, ni tres televisiones. La verdad es que no hay ninguna y por ello la gente se puede concentrar en lo que habla, sencillamente porque no hay nada que la distraiga de la conversación. No hay ninguna superpantalla gigante para ver los anodinos y cotillas programas de la tarde noche. No hay por tanto, un volumen excesivo que induce al resto de los asistentes a gritar aún más que la propia caja tonta. La gente está a lo suyo sin desviar la vista a ningún sitio que no sea su interlocutor. ¡Qué manía tenemos de mirar hacia la tele cuando la tenemos enfrente y nos están hablando! Queramos o no nos hipnotiza como a gilipollas, incluso aunque no nos guste lo que están emitiendo. Pues mira, aquí no hay problemas de esos. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Bueno me voy. Ahora si. Me da un poco de pena pero tengo obligaciones con las cuales debo cumplir. Tampoco me importa tanto porque ahora ya tengo dos puntos fijos en Bilbao, a los que puedo ir a tomar un café sin necesidad de fumar pasivamente. La gente dice que soy un radical en ese aspecto, y es cierto. Lo demuestran varias determinaciones que he tenido que tomar. Por ejemplo, ya no voy a tomar el café de la mañana a ningún bar de alrededor de mi centro de trabajo, porque no hay ninguno donde esté prohibido fumar a menos de un kilómetro a la redonda, que es más o menos donde se ubican uno de estos cuatro bares mencionados. Hubo un tiempo en que me llevaba un termo, pero bastantes compañeros fuman diversos tipos de tabaco, incluido algún que otro puro, en un lugar en el que supuestamente está prohibido hacerlo, pero donde nadie hace caso de esas leyes absurdas, según ellos. Ahora me voy a casa a tomar un café, aunque me sale por un riñón entre autobús y autobús. No se tarda mucho, pero como me pillen me van a dar un buen varapalo. Lo cierto es que hay mucha gente que se lo toma en el bar de abajo, pero que estén al lado no significa que vuelvan pronto a su mesa de trabajo. Bueno, pues ahora ya se sabe por qué soy tan radical conmigo mismo, porque lo que es con los demás, siempre acabo perdiendo. Incluso con la ley en la mano.