Dicen que Termibús es una estación de autobuses, y puede que sea cierto porque hasta allí llegan, y de allí parten los autobuses con destino y salida de Bilbao. Pero quitando eso, nada más parecido con la cruda realidad tiene que ver con lo que desde toda la vida se ha conocido como estación de autobuses, término menos futurista que el adoptado para la ahora turística ciudad, pero más adaptado a lo que debe ser este servicio, es decir, un lugar donde poder estar confortablemente durante su estancia en él, a la espera de proseguir o finiquitar viaje.
Al fracaso de la famosa carpa de podrida lona que tanto dinero costó, y tan poca utilidad se le dio, se le puede unir ahora todo ese puzzle de acero inoxidable, metacrilato y cristal esmerilado, mezclados con contenedores mal disimulados como tal, que son los que albergan las taquillas expendedoras de billetes. Toda esa amalgama mal mezclada, es lo que ahora se denomina estación de autobuses con denominación de origen, sólo porque la llaman Termibús, pero realmente sólo es el símbolo de un fracaso total a la espera de saber dónde irá ubicada la famosa e inexistente estación intermodal, esa que unirá en un sólo espacio, todos los medios de transporte que llegan y parten de Bilbao, con los propios que circulan por la ciudad.
El fracaso es doble: no se sabe para qué siglo se podrá contar con la intermodal, y en consecuencia tampoco se sabe cuándo dejará de ser provisional la de autobuses, que al paso que va quedará de por vida donde ahora está ubicada. Han intentado disimular un poco esta precariedad con diseños futuristas pero nada prácticos por cierto, actitud esta que ya se está convirtiendo en una costumbre en esta ciudad. Primero lo bonito y luego lo útil. Ahora, eso sí, son punteros en algunas cuestiones, como en hacer estaciones, lugar donde por lo general se espera bastante, muy ventiladas, lo mismo en verano que en invierno. Por oreación que no quede, aunque el personal que tenga que esperar se quede congelado debido a las corrientes de aire circulantes por la inexistencia de paredes.
Las viejas estaciones no eran práctica por varios motivos. Porque no estaban en un lugar apropiado para la buena circulación de los enormes vehículos que entraban y salían de ella, o porque el humo de sus tubos de escape convertían la zona de espera en irrespirable, o por otros muchos motivos, pero lo cierto es que su configuración inicial estaba concebida y construida, o adaptada, para ser una estación de autobuses de las de toda la vida. Con sus taquillas alineadas en doble o simple hilera, exprofesamente construidas para ello, o con sus cafeterías abiertas la mayor parte del día para satisfacer a ese viajero tardío que quiere un café con leche en vaso y un bollo o croissant para calentar el estómago. Algunas de ellas compaginadas con una terminal de carga para otros vehículos, algo que ya era en cierto modo un precedente de intermodalidad o mejor dicho de polivalencia, aunque no fuese más que de viajeros y paquetería.
Todo eso no tienen nada que ver con lo actual. Las viejas paredes de las antiguas estaciones tenían tanta historia detrás que casi hablaban al viajero. Cuando alguien se sentaba a esperar viendo los antiquísimos anuncios que había en algunas de ellas, pensaba el transeúnte “qué tiempos aquellos” o “si estas paredes hablaran, cuánto podrían contar”. No parece lo mismo ahora, entre otras cosas, porque el menos en la de Bilbao, no hay paredes y por lo tanto no hay nada que contar. Como mucho el viajero de fuera se quedará asombrado si se entera de que aquí lo provisional se hace con acero inoxidable al igual que casi para todo lo que se construye en esta ciudad. Aunque luego haya que desmontarlo y venderlo a la chatarra. Pensará el guiri que si esto se hace así sólo temporalmente, cómo harán lo definitivo. ¿Chapado en oro?
Las viejas estaciones, con sus defectos y virtudes, eran eso, estaciones de tránsito viajero. Las de ahora son fachadas de imagen bonita pero inhumanas, frías y prácticas sólo en su ubicación, y nada más. El resto no tiene nada que ver con la eficiencia y el bienestar para el viajero, sino en que había un sitio que utilizar y se aprovechó en su momento para este fin, como podía haberlo sido para cualquier otro. Comenzó mal Termibús con la mencionada carpa de lona podrida, pero a pesar del cambio que se hizo en su día para solventar este problema, nada se ha mejorado excepto en que ahora la lona es metacrilato. El resto sigue estando tan mal como cuando se decidió convertir el campo de fútbol en una amalgama de acero, cristal y plástico barato, mezclado con jaulas para personas desde las que se expenden los billetes al sufrido viajero.
Al fracaso de la famosa carpa de podrida lona que tanto dinero costó, y tan poca utilidad se le dio, se le puede unir ahora todo ese puzzle de acero inoxidable, metacrilato y cristal esmerilado, mezclados con contenedores mal disimulados como tal, que son los que albergan las taquillas expendedoras de billetes. Toda esa amalgama mal mezclada, es lo que ahora se denomina estación de autobuses con denominación de origen, sólo porque la llaman Termibús, pero realmente sólo es el símbolo de un fracaso total a la espera de saber dónde irá ubicada la famosa e inexistente estación intermodal, esa que unirá en un sólo espacio, todos los medios de transporte que llegan y parten de Bilbao, con los propios que circulan por la ciudad.
El fracaso es doble: no se sabe para qué siglo se podrá contar con la intermodal, y en consecuencia tampoco se sabe cuándo dejará de ser provisional la de autobuses, que al paso que va quedará de por vida donde ahora está ubicada. Han intentado disimular un poco esta precariedad con diseños futuristas pero nada prácticos por cierto, actitud esta que ya se está convirtiendo en una costumbre en esta ciudad. Primero lo bonito y luego lo útil. Ahora, eso sí, son punteros en algunas cuestiones, como en hacer estaciones, lugar donde por lo general se espera bastante, muy ventiladas, lo mismo en verano que en invierno. Por oreación que no quede, aunque el personal que tenga que esperar se quede congelado debido a las corrientes de aire circulantes por la inexistencia de paredes.
Las viejas estaciones no eran práctica por varios motivos. Porque no estaban en un lugar apropiado para la buena circulación de los enormes vehículos que entraban y salían de ella, o porque el humo de sus tubos de escape convertían la zona de espera en irrespirable, o por otros muchos motivos, pero lo cierto es que su configuración inicial estaba concebida y construida, o adaptada, para ser una estación de autobuses de las de toda la vida. Con sus taquillas alineadas en doble o simple hilera, exprofesamente construidas para ello, o con sus cafeterías abiertas la mayor parte del día para satisfacer a ese viajero tardío que quiere un café con leche en vaso y un bollo o croissant para calentar el estómago. Algunas de ellas compaginadas con una terminal de carga para otros vehículos, algo que ya era en cierto modo un precedente de intermodalidad o mejor dicho de polivalencia, aunque no fuese más que de viajeros y paquetería.
Todo eso no tienen nada que ver con lo actual. Las viejas paredes de las antiguas estaciones tenían tanta historia detrás que casi hablaban al viajero. Cuando alguien se sentaba a esperar viendo los antiquísimos anuncios que había en algunas de ellas, pensaba el transeúnte “qué tiempos aquellos” o “si estas paredes hablaran, cuánto podrían contar”. No parece lo mismo ahora, entre otras cosas, porque el menos en la de Bilbao, no hay paredes y por lo tanto no hay nada que contar. Como mucho el viajero de fuera se quedará asombrado si se entera de que aquí lo provisional se hace con acero inoxidable al igual que casi para todo lo que se construye en esta ciudad. Aunque luego haya que desmontarlo y venderlo a la chatarra. Pensará el guiri que si esto se hace así sólo temporalmente, cómo harán lo definitivo. ¿Chapado en oro?
Las viejas estaciones, con sus defectos y virtudes, eran eso, estaciones de tránsito viajero. Las de ahora son fachadas de imagen bonita pero inhumanas, frías y prácticas sólo en su ubicación, y nada más. El resto no tiene nada que ver con la eficiencia y el bienestar para el viajero, sino en que había un sitio que utilizar y se aprovechó en su momento para este fin, como podía haberlo sido para cualquier otro. Comenzó mal Termibús con la mencionada carpa de lona podrida, pero a pesar del cambio que se hizo en su día para solventar este problema, nada se ha mejorado excepto en que ahora la lona es metacrilato. El resto sigue estando tan mal como cuando se decidió convertir el campo de fútbol en una amalgama de acero, cristal y plástico barato, mezclado con jaulas para personas desde las que se expenden los billetes al sufrido viajero.