lunes, 3 de diciembre de 2007

Mucha titulación, poca educación.

Me encuentro con una vecina, bastante mayor ella, que viene muy cabreada del ayuntamiento. ¿Qué te pasa Julia, qué te pasa? He acudido a hacer una consulta sobre una cuestión urbanística y me han contestado mal. No he entendido nada de lo que me ha dicho una señorita de malos modales y peor educación, me responde. Bueno, suele ser más habitual de lo que parece este tipo de actuación “profesional” , sobre todo a personas mayores, que suelen estar más indefensas que los técnicos de empresa privada que acuden a hacer consultas concretas. A los titulados por lo general, se andan con mucho cuidado de responder inadecuadamente, no vaya a ser que alguno sea amigo de la jefa o jefe de turno, que por lo general suele ser así, y caiga un chorreo tonto, pero merecido, por mal comportamiento. Luego se quejan de que tienen mala fama ante la ciudadanía a la que deben atender.

Bueno, como esta mujer me cae bien contacto con un conocido que trabaja en el consistorio y me dice que sí, que ahora se pide mucha titulación, incluso a las capas más bajas de la plantilla, así como idiomas y otras cuestiones ajenas al trato con el contribuyente, pero que vienen muy bien para acumular puntos y ascender sin necesidad de examinarse. Además parece ser que todo el proceso depende de una entrevista personal en la cual, al menos en la medida de lo que este conocido sabe, no se pide nada sobre el trato a las personas que acuden a ventanilla, así que puede tener varias carreras e idiomas quien opta a uno de estos ascensos, y de trato ser unos bordes inaguantables, y lo que es peor, incomprensibles en sus explicaciones.

Este suele ser un defecto bastante habitual, el de hablar en un idioma técnico muy ajeno al coloquial que todos conocemos. Es más, para no entender ni papa de lo que nos explican no hace falta que nos lo digan en inglés, francés, castellano o euskera, porque la dificultad estriba en los términos técnicos que muchos de ellos emplean cuando se explican, debiendo de creer que todos somos arquitectos, ingenieros o abogados. Eso para la ciudadnía de mediana edad, pero si además hay que explicárselo a una persona mayor, la situación empeora ostensiblemente. Lo cierto es que cada día se valoran más las titulaciones e idiomas sin tener en cuenta que quienes acuden a la ventanilla no son abogados o ingenieros, sino gente sencilla y corriente que saben lo que quieren aunque no cómo decirlo. Por el contrario al otro lado del cristal debe haber un profesional que sepa cómo atender al público sin provocar que éste se marche espantado y echando pestes del ayuntamiento. Un buen profesional debe tener la capacidad de escuchar al contribuyente y responder de manera que pueda comprender qué se le dice. Al parecer eso es lo que no se ha logrado aún, al menos en el caso de mi vecina. Otra cosa es que le guste o no el resultado de la consulta, siempre y cuando ésta se haga correctamente

Pero me da la impresión de que todo el ayuntamiento no es así. Me consta porque hace unos años, cuando fui a solicitar una subvención, que por supuesto al final no se me concedió, pregunté a un bedel municipal dónde estaba la estancia adecuada para cursar la mencionada petición. El susodicho sacó una foto de toda la zona de edificios municipales adjuntos al principal, en la que tenía marcadas las puertas y accesos de cada uno de los recintos para explicar a la gente por dónde debía ir o entrar. Me quedé atónito de la efectividad municipal, así que le pregunté de quién había partido la idea de explicar gráficamente cómo desplazarse a uno u otro lado de los recintos. Pues nuestra, por supuesto, me contestó. No creerá usted que es cosa del Ayto., porque esos no saben ni que existimos, claro. Bueno; era demasiado bonito creer que por una sola vez se había pensado como corporación en facilitar el acceso a la maraña municipal a la ciudadanía lisa y llana. Habían sido los propios trabajadores los que habían tomado la decisión de favorecer, en la medida de lo posible, el acceso a los ciudadanos y ciudadanas de Bilbao.

Pues doña Julia me ha dicho que de amabilidad nada, y que descortesía mucha y además mala educación, porque su interlocutora se echaba traguito tras traguito del botellín con agua, o lo que contuviera, mientras le explicaba su problema. En mis tiempos eso no se hacía porque era una descortesía, me aclara mi vecina, pero parece que en los tiempos que corren la palabra cortesía ya no aparece en el diccionario. Y eso que no parecía ni jefa ni técnica, pero poco le importaba a la muchacha en cuestión ese pequeño detalle ante esta persona mayor. Lo más probable es que tenga varias carreras y distintos idiomas, pero por mucho que ascienda por méritos propios, lo que posiblemente nunca llegue a tener es un mínimo de educación, lo que significa que por mucha titulación que se tenga, ello no quiere decir que sepa cómo tratar al contribuyente, que al fin y al cabo es el que paga con sus impuestos el puesto que ocupa, y el que podría ocupar si algún día aciago se presenta a algún ascenso, y ese tribunal calificador no quiere saber nada de educación, sino sólo de titulación. Así pues, la culpa de estas actitudes no es sólo de la persona afectada sino también de aquellas que valoran más la titulación que el trato y la educación hacia los demás.