Ahora que hace muy mal tiempo y hay mucha gente que usa el transporte urbano, tanto por obligación como por devoción, que de todo hay, conviene remarcar ciertas carencias, que sólo se notan en su justa medida cuando es necesario echar mano de algunas instalaciones cuya efectividad podría determinar si un ciudadano/a decide usar el bus o coger su vehículo para desplazarse por Bilbao o sus alrededores. Las marquesinas de las paradas de los buses urbanos, son un caso concreto de esto que se menciona. No hay más que estar bajo una de ellas un día de lluvia normal, sin mayores añadidos, para darse cuenta por qué mucha gente no está sentada en sus asientos o si lo está, es en un esquina. La mayor parte de ellas se mojan, por uno u otro motivo. En ocasiones, cuando la lluvia no arrecia pero es intensa, los desagües del techado no funcionan, o simplemente pierden agua por aquí o por allá, que acaba cayendo al asiento o cerca de él, de tal forma que lo salpica y lo moja por completo, o casi. Así, si vemos un asiento vacío y en una esquina una persona sentada con el resto del poyo vacío, casi seguro que esté mojado.
Cuando la lluvia arrecia, como es el caso de estos últimos días, lo único que se puede hacer es protegerse en la esquina de la pared que mantienen esa publicidad generosa con las arcas municipales, pero no tanto con el ciudadano al que debe proteger de la lluvia y el frío (la pared, no la publicidad). Bilbao es una ciudad famosa por dos cosas, una antigua y otra moderna: por el museo de hojalata y por el mal tiempo que hace. Eso lo debe saber todo el mundo menos los munícipes que década tras década, cuando toca cambiar buses y mobiliario urbano, caen siempre en los mismos errores. Autobuses inadecuados para ciertos sectores de la población, y marquesinas inhumanas para todos/as.
Algunas están ubicadas junto a jardines y setos que no cumplen más que funciones ornamentales, y sin embargo amargan la vida a las personas más débiles, léase mayores, niños y madres con niños, cuando deben bajar del moderno transporte y pelear con el seto o el jardín para no ir de morros al suelo o quedar atrapado entre el propio bus y el jardín de marras, el cual perfectamente podría ceder medio metro, e incluso más, para facilitar la bajada a los agobiados viajeros. Pero no, la marquesina allí a lo lejos marcando la parada oficial, y el seto y jardín justo donde para el bus porque no tiene más espacio para dejar al personal. Mucho autobús y poca parada. Parece un refrán o un dicho popular, pero no, es la cruda y diaria realidad de algunas paradas, por cierto, muy transitadas.
Contrasta enormemente la poca efectividad cuando se las necesita, frente al esmero con que las cuidan, quitando carteles y pintadas apenas se han producido, y sobre todo cambiando, con británica puntualidad, la publicidad de los huevos de oro. Eso sí que no falla. Destaca también la poca homogeneidad a la hora de poner los asientos correspondientes a cada marquesina, estando algunos de ellos ubicados a unos pocos centímetros del suelo (apenas 25 ó 30), aparentando estar más destinados para los niños que para las personas. Así pues, si una persona mayor utiliza uno de ellos podrá sentarse, pero lo que no está tan claro es si podrá levantarse de él cuando llegue el autobús.
Pero el que no se consuela es porque no quiere, ya que en muchos casos no hay marquesina. Allí, bajo ese estrecho y solitario balcón, se arrejuntan las personas que esperan al ansiado bus, protegiéndose unas contra otras bajo exiguos paraguas agitados por el inclemente viento que empuja las gotas de agua a las vestimentas empapadas. Las bolsas de la compra, los niños, los ancianos, todos se arremolinan en una amalgama social unida por la insoportable espera bajo la inexistente marquesina, soportando la inestable y cambiante climatología. Mientras tanto, un poco antes, a la vuelta de la esquina, los conductores charlan animadamente en el interior de uno de los vehículos ajenos a la incomodidad de sus próximos clientes. Pero ellos no tienen la culpa, porque la parada está estipulada en un lugar en el que no se pueden detener más que para coger a los viajeros, aunque veinte metros antes, a la vuelta de la esquina haya suficiente sitio para montar una parada de buses de generosas dimensiones. Otra vez, los técnicos y políticos municipales no ven, o no quieren ver, lo que necesita la gente, sino lo que a ellos les viene bien por propia comodidad, o por ignorancia, o por dejación, o porque no tienen que usarlas ellos mismos.
Por el tiempo transcurrido desde la última vez que se pusieron estas marquesinas, no faltará mucho para que las cambien, haga falta o no. Con los autobuses otro tanto de lo mismo; los hay que ya debería estar fuera de servicio desde hace años, como los que tienen escalones y barra central para acceder a su interior o salir de ellos. Pero lo más probable es que cuando este cambio se dé, se vuelva a incidir en los mismos errores que década tras década se vienen cometiendo con matemática precisión. Alguien viajará a este u otro país a cuenta de gorra para ver marquesinas y paradas varias, y acabarán eligiendo la más inadecuada para una ciudad como Bilbao, aunque eso sí, la publicidad se verá de bien lejos y más de uno/a se estará pringando, bajo la fina e inclemente lluvia el tipo que las eligió.
Cuando la lluvia arrecia, como es el caso de estos últimos días, lo único que se puede hacer es protegerse en la esquina de la pared que mantienen esa publicidad generosa con las arcas municipales, pero no tanto con el ciudadano al que debe proteger de la lluvia y el frío (la pared, no la publicidad). Bilbao es una ciudad famosa por dos cosas, una antigua y otra moderna: por el museo de hojalata y por el mal tiempo que hace. Eso lo debe saber todo el mundo menos los munícipes que década tras década, cuando toca cambiar buses y mobiliario urbano, caen siempre en los mismos errores. Autobuses inadecuados para ciertos sectores de la población, y marquesinas inhumanas para todos/as.
Algunas están ubicadas junto a jardines y setos que no cumplen más que funciones ornamentales, y sin embargo amargan la vida a las personas más débiles, léase mayores, niños y madres con niños, cuando deben bajar del moderno transporte y pelear con el seto o el jardín para no ir de morros al suelo o quedar atrapado entre el propio bus y el jardín de marras, el cual perfectamente podría ceder medio metro, e incluso más, para facilitar la bajada a los agobiados viajeros. Pero no, la marquesina allí a lo lejos marcando la parada oficial, y el seto y jardín justo donde para el bus porque no tiene más espacio para dejar al personal. Mucho autobús y poca parada. Parece un refrán o un dicho popular, pero no, es la cruda y diaria realidad de algunas paradas, por cierto, muy transitadas.
Contrasta enormemente la poca efectividad cuando se las necesita, frente al esmero con que las cuidan, quitando carteles y pintadas apenas se han producido, y sobre todo cambiando, con británica puntualidad, la publicidad de los huevos de oro. Eso sí que no falla. Destaca también la poca homogeneidad a la hora de poner los asientos correspondientes a cada marquesina, estando algunos de ellos ubicados a unos pocos centímetros del suelo (apenas 25 ó 30), aparentando estar más destinados para los niños que para las personas. Así pues, si una persona mayor utiliza uno de ellos podrá sentarse, pero lo que no está tan claro es si podrá levantarse de él cuando llegue el autobús.
Pero el que no se consuela es porque no quiere, ya que en muchos casos no hay marquesina. Allí, bajo ese estrecho y solitario balcón, se arrejuntan las personas que esperan al ansiado bus, protegiéndose unas contra otras bajo exiguos paraguas agitados por el inclemente viento que empuja las gotas de agua a las vestimentas empapadas. Las bolsas de la compra, los niños, los ancianos, todos se arremolinan en una amalgama social unida por la insoportable espera bajo la inexistente marquesina, soportando la inestable y cambiante climatología. Mientras tanto, un poco antes, a la vuelta de la esquina, los conductores charlan animadamente en el interior de uno de los vehículos ajenos a la incomodidad de sus próximos clientes. Pero ellos no tienen la culpa, porque la parada está estipulada en un lugar en el que no se pueden detener más que para coger a los viajeros, aunque veinte metros antes, a la vuelta de la esquina haya suficiente sitio para montar una parada de buses de generosas dimensiones. Otra vez, los técnicos y políticos municipales no ven, o no quieren ver, lo que necesita la gente, sino lo que a ellos les viene bien por propia comodidad, o por ignorancia, o por dejación, o porque no tienen que usarlas ellos mismos.
Por el tiempo transcurrido desde la última vez que se pusieron estas marquesinas, no faltará mucho para que las cambien, haga falta o no. Con los autobuses otro tanto de lo mismo; los hay que ya debería estar fuera de servicio desde hace años, como los que tienen escalones y barra central para acceder a su interior o salir de ellos. Pero lo más probable es que cuando este cambio se dé, se vuelva a incidir en los mismos errores que década tras década se vienen cometiendo con matemática precisión. Alguien viajará a este u otro país a cuenta de gorra para ver marquesinas y paradas varias, y acabarán eligiendo la más inadecuada para una ciudad como Bilbao, aunque eso sí, la publicidad se verá de bien lejos y más de uno/a se estará pringando, bajo la fina e inclemente lluvia el tipo que las eligió.