Dicen que ahora los dueños de esas mascotas que casi todo el mundo tiene, recogen las cagadas de sus animales mucho más de lo que se hacía antes. Es cierto. Yo me fijo mucho en esas cosas y hay bastante gente que lo hace. Pero también es verdad que ahora hay muchos más animales y más variedad de ellos que defecan en las aceras y jardines de Bilbao. Hace 25 ó 30 años había algunos perros en el conjunto de la sociedad que habitaba esta ciudad, pero no eran nada comparado con los que hay ahora. Hace 25 ó 30 años Bilbao era una ciudad bastante más sucia que la actual, y aunque nadie recogía la mierda de su perro, tampoco se notaba tanto como ahora, en una ciudad de aceras cada vez más amplias y recién embaldosadas. Algunas de estas aceras y paseos recién recuperados, son estrenados por las cagadas del perro cuyo dueño carece de calificación social ante tamaña actitud, más aún habiendo solares abandonados en los que podría hacer sus necesidades el chucho inocente, ignorante del descerebre de su dueño. Algunos jardines han tenido que ser acotados por los servicios municipales ante la cantidad de mierda que acumulaban y el olor que despedían. Pero ello no ha sido óbice para que sus dueños les dejen cagar, sin recoger la mierda, en plazuelas y callejas en las que juegan niños o por las que transitan gente mayor, los dos colectivos más indefensos ante esta plaga social.
Algunos quieren más a sus mascotas que a sí mismos, y son capaces de hacer sacrificios por ellas, antes que por cualquier otra cosa o persona. Así, se puede ver a primerísima hora de la madrugada pasearlas por las calles nocturnas, con un dueño detrás medio dormido, en zapatillas de casa y lloviendo, pese a lo cual parece que lo hace gustosamente, o a una emperifollada mujer paseando a su caniche como si lo estuviera mostrando por la mismísima Gran Vía a las cinco de la tarde. Como es de madrugada no llevan correa, como si a esa hora nadie fuese a trabajar o a cuidar el nieto de la hija que tiene que madrugar para ir al trabajo. Normalmente, a esas horas el barro inglés se queda ahí, tal cual, esperando a que un currela somnoliento lo pise por descuido.
Muchas veces se ha hablado de sancionar a esta gente, que no al perro el cual no tiene la culpa de nada, pero hasta ahora nada se ha hecho por llevar adelante esta iniciativa municipal, posiblemente porque sea poco popular. Pero es curioso que con mandatarios tan aguerridos para unas cosas, importantes también, por qué no decirlo, para otras no lo sean tanto. Recuerdo hace unos años que alguien paseaba a su mascota por el puente del ayuntamiento y durante varias noches dejó allí sendas y orondas cagadas que eran pisadas, tarde o temprano, por cualquiera de las numerosas personas que transitan por él desde las ocho de la mañana. Parecía una especie de protesta hacia el ayuntamiento pues por allí pasan a diario docenas de trabajadores municipales de uno a otro edificio, como es el caso de los bedeles, por ejemplo. Con el tiempo desaparecieron los residuos orgánicos perrunos, aunque no sé si fue porque le pillaron o porque dejó de hacer la marranada antes de que le cogieran. Lo cierto es que fue una guarrada monumental.
Los jardines también son el objetivo diario de los regalos caninos. Hace muchos años te podías sentar en cualquier trozo de tierra con hierba que lo único que te podías llevar a casa era alguna que otra garrapata, y poco más. Ahora no se puede ni caminar mirando atentamente al suelo, no ya por zonas ajardinadas sino sólo con hierba natural, porque hay que tener muy buenos reflejos para atravesar una zona sembrada de césped sin llegar a pisar una u otra pieza de artillería perruna allí depositada. Es materia orgánica, te dicen los dueños, y biodegradable, apuntalan. Bueno, pues se lo voy a dejar en el felpudo de su casa y cuando salgan que lo pisen allí mismo, a ver si es tan orgánico y tan degradable como dicen.
Luego dicen que los cuidan y que gracias a que mantienen a estos animales se conservan algunas razas. O sea que eligen razas en peligro de extinción para reproducirlas y que no desaparezcan del planeta. Buena labor hacen, si señor, gran trabajo conservacionista el suyo, pero lo cierto es que cada día hay más perros abandonados, aunque eso sí con mucho cariño, en la perrera donde le podrán una cariñosa inyección letal que le dormirá para siempre. Muy caritativo claro, y después a por otro perrito, pero esta vez de otra raza para no repetirse que eso es muy ordinario, y ya lo dice la casposa canción: antes muerta que sensilla. Eso por no hablar de los que los tienen en perreras al aire libre con temperaturas bajas en invierno y sofocantes en verano, a los que apenas se les saca a la calle y defecan allí donde residen. Eso sí, les quieren mucho y les hablan al oído a los chuchos porque así su forzosa residencia se hace más llevadera, como si al can le importara mucho que le quieran detrás de unas rejas de las que apenas sale.
Bueno, creo que en esta ciudad todavía se dan algunas cuestiones prácticamente insalvables salvo que se apliquen ciertas normativas, que haberlas las hay, pero se pasa usarlas. Quizás un carné por puntos, tipo al de conducir pero para dueños de perros y mascotas diversas, se podría instaurar para la tenencia de estos animales. A medida que se pille al individuo en cuestión faltando a las más elementales normas de convivencia, se le quitan puntos hasta desposeerle de su mascota. Si tanto la quiere, seguro que se cuidará mucho de faltar al respeto a los demás.
Algunos quieren más a sus mascotas que a sí mismos, y son capaces de hacer sacrificios por ellas, antes que por cualquier otra cosa o persona. Así, se puede ver a primerísima hora de la madrugada pasearlas por las calles nocturnas, con un dueño detrás medio dormido, en zapatillas de casa y lloviendo, pese a lo cual parece que lo hace gustosamente, o a una emperifollada mujer paseando a su caniche como si lo estuviera mostrando por la mismísima Gran Vía a las cinco de la tarde. Como es de madrugada no llevan correa, como si a esa hora nadie fuese a trabajar o a cuidar el nieto de la hija que tiene que madrugar para ir al trabajo. Normalmente, a esas horas el barro inglés se queda ahí, tal cual, esperando a que un currela somnoliento lo pise por descuido.
Muchas veces se ha hablado de sancionar a esta gente, que no al perro el cual no tiene la culpa de nada, pero hasta ahora nada se ha hecho por llevar adelante esta iniciativa municipal, posiblemente porque sea poco popular. Pero es curioso que con mandatarios tan aguerridos para unas cosas, importantes también, por qué no decirlo, para otras no lo sean tanto. Recuerdo hace unos años que alguien paseaba a su mascota por el puente del ayuntamiento y durante varias noches dejó allí sendas y orondas cagadas que eran pisadas, tarde o temprano, por cualquiera de las numerosas personas que transitan por él desde las ocho de la mañana. Parecía una especie de protesta hacia el ayuntamiento pues por allí pasan a diario docenas de trabajadores municipales de uno a otro edificio, como es el caso de los bedeles, por ejemplo. Con el tiempo desaparecieron los residuos orgánicos perrunos, aunque no sé si fue porque le pillaron o porque dejó de hacer la marranada antes de que le cogieran. Lo cierto es que fue una guarrada monumental.
Los jardines también son el objetivo diario de los regalos caninos. Hace muchos años te podías sentar en cualquier trozo de tierra con hierba que lo único que te podías llevar a casa era alguna que otra garrapata, y poco más. Ahora no se puede ni caminar mirando atentamente al suelo, no ya por zonas ajardinadas sino sólo con hierba natural, porque hay que tener muy buenos reflejos para atravesar una zona sembrada de césped sin llegar a pisar una u otra pieza de artillería perruna allí depositada. Es materia orgánica, te dicen los dueños, y biodegradable, apuntalan. Bueno, pues se lo voy a dejar en el felpudo de su casa y cuando salgan que lo pisen allí mismo, a ver si es tan orgánico y tan degradable como dicen.
Luego dicen que los cuidan y que gracias a que mantienen a estos animales se conservan algunas razas. O sea que eligen razas en peligro de extinción para reproducirlas y que no desaparezcan del planeta. Buena labor hacen, si señor, gran trabajo conservacionista el suyo, pero lo cierto es que cada día hay más perros abandonados, aunque eso sí con mucho cariño, en la perrera donde le podrán una cariñosa inyección letal que le dormirá para siempre. Muy caritativo claro, y después a por otro perrito, pero esta vez de otra raza para no repetirse que eso es muy ordinario, y ya lo dice la casposa canción: antes muerta que sensilla. Eso por no hablar de los que los tienen en perreras al aire libre con temperaturas bajas en invierno y sofocantes en verano, a los que apenas se les saca a la calle y defecan allí donde residen. Eso sí, les quieren mucho y les hablan al oído a los chuchos porque así su forzosa residencia se hace más llevadera, como si al can le importara mucho que le quieran detrás de unas rejas de las que apenas sale.
Bueno, creo que en esta ciudad todavía se dan algunas cuestiones prácticamente insalvables salvo que se apliquen ciertas normativas, que haberlas las hay, pero se pasa usarlas. Quizás un carné por puntos, tipo al de conducir pero para dueños de perros y mascotas diversas, se podría instaurar para la tenencia de estos animales. A medida que se pille al individuo en cuestión faltando a las más elementales normas de convivencia, se le quitan puntos hasta desposeerle de su mascota. Si tanto la quiere, seguro que se cuidará mucho de faltar al respeto a los demás.